CIUDAD DE MEXICO (apro).- Estimado lector de la presente, sí, sucumbí a la invitación de mi viejo tío, J.D. Lecturas y fue un acierto. Fui a su casa y allí me entregué a una intensa lectura del libro Fábrica de sueños, de I. Ehrenburg; obra que no conocía y resultó una agradable sorpresa.
La lectura de Fábrica de sueños despertó la admiración al tiempo que regocijó a servidor por el espíritu satírico con el que el autor percibe y describe a un pequeño grupo de individuos, todos ellos inmigrantes de la Europa central a los USA, que según nota al margen de mi viejo tío, nada tenían que ver con el llamado “séptimo arte”: un tal Fox era tintorero, un comerciante apellidado Loew; A. Zukor, el creador de la Paramount Picture, un humilde peletero; los hermanos Warner se dedicaban a la reparación de bicicletas, pero todos ellos eran ambiciosos, estaban movidos por el afán de ganar dinero, estaban muy conscientes y seguros de lo que Zukor dijo a un amigo acaudalado, al que pidió prestados cinco mil dólares para poder crear su compañía, de que todos los hombres, los humanos, por diferentes que sean, tienen la necesidad de soñar, bien sea para apaciguar sus depresiones producidas por las angustias de los problemas de su existir, para escapar o resignarse a un mundo al que no soportan; personas que necesitan de sueños bellos y de finales optimistas, sobre todo los jodidos, que son los más, sueños que no sean caros, para que puedan ser pagados por ellos, para que así les sea soportables la vida y no lleguen a la desesperación que puede llevarlos a explosiones antisociales; y es regocijante el leer cómo estos hombres del cine, animados por estas buenas y nobles intenciones ven a los trabajadores, empleados o sin empleo, a la masa humana en general, animados por un instinto de competencia e impulsados por la idea del éxito, que entablan una feroz lucha en la que todo se vale para lograr ser el vencedor, el número uno… en el éxito… y por el dinero.
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