Las minas de sangre de Maduro

TUMEREMO, Venezuela (Proceso).– Manuel Fajardo lo llama “barranco”. En la superficie sólo se ve un hoyo, uno entre muchos abiertos alrededor. Sobre el agujero ha sido colocado un artefacto de madera móvil para permitir la entrada; dos bases triangulares sostienen un tronco que un par de hombres con enormes manivelas –los machineros– hacen girar para que la soga eleve o haga descender un pequeño asiento, que no es más que un palo de unos 30 centímetros de largo.

Por ahí se baja cinco, diez o hasta 30 metros. Esto se conoce como “vertical” y la profundidad equivale a un edificio de 10 pisos. Hay varias galerías que son horizontales y pueden tener hasta 50 metros de largo. Aquí desaparecen la luz y el aire fresco. El calor oprime. Se pierde el aliento. Al fondo de una de las cavidades Manuel respira tranquilo mientras con ayuda de una linterna muestra las vetas de oro. Ahí trabaja en turnos de 24 a 48 horas, en equipos de tres personas: alguien pica, otro llena los sacos con tierra y el tercero los manda a la superficie con la ayuda de los dos machineros.



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