El mal

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El mal –una palabra para cuyo significado hay que remontarse a la raíz indoeuropea del sánscrito mala (“oscuro”, “sucio”)– carece en realidad de contenido. No obstante las sesudas interpretaciones que se han dado a lo largo de la historia para explicarlo y erradicarlo, su gramática no sólo sigue siendo la misma desde que el hombre apareció en la faz de la tierra, sigue siendo también, y por lo mismo, indescifrable. El prehomínido que esgrime un fémur como arma de destrucción en la película 2001: Odisea del espacio, de Kubrick, no ha variado un ápice del sicario que con una sierra eléctrica decapita en el mundo de los derechos humanos. Marsias desollado no es distinto al cadáver sin rostro y con los ojos arrancados del muchacho que se encontró al día siguiente de los crímenes de Ayotzinapa.

La espantosa sintaxis de la crueldad ha estado allí en la historia y sus narrativas con la misma sorprendente y monstruosa monotonía. De La Biblia a La fiesta del chivo de Vargas Llosa; de los mitos griegos a Sade y de éstos a Las benévolas de Jonathan Littell, a La noche de Elie Wiesel, a los videos de torturas, violaciones, desmembramientos, decapitaciones que circulan en internet y que desde hace años aparecen con esas huellas en los cuerpos hallados en fosas clandestinas o arrojados en las calles y parajes de México, el horror es el mismo y, pese a todo, inexplicable.



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